Crítica: Pintura

EKLEKTIKOS

Por: Francesca Gargallo

Tatiana Montoya insiste una y otra vez: "vivimos en un tiempo de tanta diversidad que me impone a ser selectiva y, por lo tanto, a no corresponder plenamente a ninguna corriente". Así de los metales, esta pintora que es al mismo tiempo escultora, grabadora y ceramista saca brillos, deslavamientos y oxidaciones para expresar situaciones fuertes y bucólicas, imágenes urbanas, industriales y naturales, e integrar con ellas la exposición eklektikos.

Lo plateado y lo dorado, que se asocian con la luna y el sol son también referencias históricas y simbólicas de las tierras de residencia, México, y de origen Colombia, de esta mujer apasionada por los metales, a los que se entrega con plena conciencia de su difícil manejo y a la par de sus diferentes alternativas. A los metales y aleaciones antiguas y Americanas, acopla la modernidad del aluminio, la pigmentación azul de la plata japonesa. Sobre todos ellos, los ácidos corroen las hojillas y los polvos, fomentan oxidaciones, diluyen los verdes, ocres, azules, rojos, hasta lograr fantasmas rosados y gemas tectónicas de iridisencias a la vez explosivas (por fuerza) y dosificadas (por sus medidas).

Amante de la contemplación Tatiana Montoya es inevitablemente abstracta. Asume diversas geometrías, desde el cuadrado, el rectángulo y el círculo de soporte rígido, en esta ocasión de madera, pasando por las formas repetidas de las hojillas de plata y oro, hasta el equilibrio de la imagen completa, siempre en busca de una simetría que bien puede romperse con el fluir de una herida mineral, brotante y blanca como la plata. Sobre toda la estructura juega la luz, variando las sensaciones y miramientos, según se exponga a la noche, el día o la sombra.

Luz y material, movimiento y peso, se han mantenido a lo largo de 15 años de trabajo, cambiando apenas. En "eklektikos" la artista ha dejado atrás el uso de las laminas de hierro como soporte, sustituyéndolas por caobilla mas ligera, en un intento de superación de lo duro y pesado mediante una imagen igualmente mineral, pero transportable, orgánica, móvil.

En sus dos Códices urbanos Tatiana Montoya escarba más allá de las sensaciones de tráfico y anciedad de las grandes ciudades. Nacieron de la contemplación del paso del tiempo sobre las abandonadas minas de salitre de Humberstone, en el norte de Chile. Es un sitio cerrado de fuerte impacto visual, por que sus viviendas de hojalata adquirieron una pátina fascinante que no esconde la historia de explotación de la gente que vivió y trabajó para extraer un material indispensable para la construcción de armas durante la primera y segunda guerras mundiales. Ahí se ubica la codificación palipséstica de lo urbano, mezcla de graffiti y deterioro, lograda por las reacciones de los ácidos y nitratos sobre el aluminio y el cobre.

A la par, la figuración de sus fragmentos geológicos y geólicos -cortados y expuestos en capas horizontales, donde la oxidación del cobre se torna rosada y la imagen celeste de lo azul vuelve a lo mineral- es cálida y terrena, ligada al contenido mitológico de los minerales. Estos cuadros de menor tamaño no esconden una sensación primaveral con su rica paleta lograda mediante técnicas que se sobreponen y fusionan: la oxidación y la aplicación de polvos metálicos.

Brillan, lumínicamente contrapuestas a la noche que cede sus Albas y Alborada, donde lo metálico al reflejar la luz permite interpretaciones diversas y personales, involucrando aún más al espectador. Aquí hay juegos verticales de tiempos cálidos y tiempos fríos, donde el latón, la hoja de oro, plata y cobre, se desprende de las nebulosas de los óxidos, permitiendo texturas de deterioro y de sol naciente, por que la historia contenida, aún en la novedad del alba, arrastra el recuerdo de ya acontecido.

Francesca Gargallo (Italia) es novelista y doctora en Estudios Latinoamericanos. Así mismo es miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte AICA. Docente de la universidad de la Ciudad de México.


Autor:

Francesca Gargallo